Colosal fue también la zambullida que se mandó el pez globo, y colosales fueron las burbujas que dejó tras de sí mientras se desplazaba velozmente en lo más profundo del lago. Y colosal fue también el cansancio que obtuvo luego de perseguir sin descanso a dos anguilas pendencieras, a las que no pudo alcanzar.

«Es tan difícil ser uno mismo… —burbujeó el pez globo, y agregó resignado—: La verdad es que me gustaría ser un perro…» Entonces, súbitamente, su cuerpo se transformó en un perro rarísimo.

Sin embargo, su vida de perro le duró muy poco, porque algo muy extraño sucedió enseguida…

Porque, sin que nadie lo invitara, surgió de la nada un gato; un gato violeta que reía con descaro.

«Un gato violeta que surge de la nada no puede entrar en mi juego», ladró fastidiado Diógenes.

«¡Acepté convertirme en jabalí, en carpincho, en liebre, en zorrillo, en mandril, en caballo, en elefante, en pez globo, en perro, pero transformarme en gato… ¡Nunca, nunca! ¡Nunca jamás! ¡Olvídenlo!»

Y así fue cómo Diógenes retornó a su cuerpo de ratón…

Y ni bien fue ratón, nuevamente quiso volver a su cueva, y ni bien regresó a su cueva, comenzó a devorar otras hojas del extenso libro de animales…

Y mientras saboreaba sus bocadillos de papel se preguntaba, desconsolado, una y otra vez: «¿Cómo fue que un roñoso gato entrometido consiguió que regresara a este cuerpo de ratón que rechacé en un principio?».