Eulato crecía y crecía. En otra oportunidad quiso saltar de una rama a otra, jugando, y aplastó la casita de los gusanos.

En la planta de Limón estaban preocupados. Después de un mes Eulato había crecido tanto que a cada paso suyo el barrio se sacudía; si quería jugar las ramas se doblaban y todo el mundo temblaba de miedo.

Hasta que un día se hizo una reunión para ver qué se hacía con Eulato. Las opiniones coincidían en que debía irse a vivir a otro lado. Así no se podía seguir. Claro que a nadie le gustaba tener que echarlo de la planta.

De pronto, en medio de la reunión, alguien gritó:

—¡Allá! ¡Miren eso!

—¡Uhh! ¡Es igual a Eulato!

Un bicho igual a Eulato se había parado sobre el tapial vecino y desde ahí gritaba:

—Hoink… hoink… hoink… —igual a Eulato pero con h.

—Oink… oink —le contestaba Eulato.

Enseguida, después de agitarse y tomar carrera en la rama, Eulato dio un salto y salió volando. Dio tres vueltas alrededor del bicho igual a él, y juntos se fueron volando hasta que de tan lejos parecían dos pequeñísimas manchas del cielo.

Ricardo Mariño (Argentina), Colihue.