Al ratito la Abeja estaba de vuelta con un dedal repleto de miel. Lo acercó al bicho que había salido del huevito cúbico y este se devoró toda la miel de una sola vez. Enseguida le trajeron otro dedal y una tapita de gaseosa. Finalmente se lo escuchó decir:
—¡Oink, oink! —se tocó la panza e hizo una mueca, como satisfecho. Todos rieron. Para la noche, entre todos, le habían conseguido una casita en el gajo 14 de la planta, y un nombre difícil pero simpático: Eulato.
Al día siguiente todo el mundo se levantó temprano para ver a Eulato. Ese día comió siete dedales de miel y tres tapitas. Era la atracción del barrio. Los grandes no hablaban de otra cosa y los chicos imitaban sus gritos.
Al tercer día comió el doble, fue necesario agregar a sus alimentos miguitas de pan. En el quinto, granos de girasol y trocitos de ciruela. Era mucho trabajo el que daba, pero lo olvidaban cuando por fin escuchaban a Eulato reír, satisfecho: «Oink, oink».
Para la semana siguiente Eulato había crecido varios centímetros. Lulo Grillo anunció entonces que enseñaría a cantar a Eulato. Se sentó ante su atril y entonó: «Grrrllll….», poniendo esa cara ridícula que ponen los grillos cuando cantan.
—¡Oinnnk…! —repitió Eulato poniéndose colorado. Después de varias horas Lulo Grillo se marchó furioso.