Se despidió la mamá cabra con un balido y, confiada, emprendió su camino.

Al poco tiempo, llamaron a la puerta y una voz dijo:

—Abran, hijitos. Soy mamá, estoy de vuelta y les traigo algo rico para cada uno.

Pero los cabritos reconocieron la voz ronca del lobo.

—No te abriremos —exclamaron—, no eres nuestra madre. Ella tiene una voz suave y cariñosa, y la tuya es ronca: eres el lobo.

Entonces el lobo fue a un almacén y se tomó seis cucharadas de rica miel para suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamó nuevamente a la puerta:

—Abran, hijitos. Soy mamá, estoy de vuelta y les traigo algo rico para cada uno.

Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana. Al verla, los cabritos exclamaron:

—No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres el lobo!

El lobo golpeando la puerta de la casa de los 7 cabritos, mientras uno de los cabritos mira por la ventana.