Así que Brutus emprendió viaje nuevamente. Cruzó la selva varias veces porque se perdió, aunque era muy orgulloso y no lo quiso reconocer. Hasta que, de repente, tropezó con un loro parlanchín que le recitó:

—¿Qué es una cosa que empieza con T y rima conmigo?

El pirata no podía perder tiempo en adivinanzas. Por eso, acertó a la primera y el loro le tuvo que entregar el premio. Un cofre enorme. Y también lo llamó aguafiestas porque dijo que adivinar enseguida no vale.

Brutus abrió el tesoro de un cabezazo, y dentro vio las estrellas, la luna y un cubito de hielo para el chichón.

—¡A este tesoro ni lo conozco! —se impacientó.

Así que se alejó de allá corriendo. Trepó a una montaña de caracoles y algas hasta que alcanzó la cima. Ahí, debajo de una piedra, descubrió un cofre gigante.

Brutus lo abrió de una patada. Con la pata de palo, claro.

Dentro estaba nada más y nada menos que el sol. Y de un rayo luminoso colgaba una etiqueta que decía: «Señor pirata Brutus, este es el tesoro más inmenso que existe. No va a encontrar una oferta mejor».

—¡No me interesa para nada! —chilló el pirata—. ¡Cuando digo mi tesoro, es mi tesoro! ¡Quiero miii tesoroooo!

Tantas ganas tenía de jugar con su tesoro que se enfureció.